Aunque este posteo no tiene ninguna relación con la fiesta de hoy, igual quería desearles una feliz Pascua.
Ahora sigo con la programación habitual:
Los latinos generalmente usamos dos apellidos, uno paterno y otro materno. Los anglosajones a veces ponen como segundo nombre el apellido de la madre. Los rusos tienen el patronímico (una derivación del nombre del padre) entre el nombre y el apellido. Sin embargo, lo más curioso que conozco es el sistema islandés, quienes no tienen apellidos, sino que sólo un patronímico (así, el hijo de Juan sería Pedro Juanson, y una hija sería María Juandottir).
Estas diferencias hasta hace poco no causaban ningún problema, pero
con la globalización se pueden ver casas como la que le pasó al papá de una amiga islandesa, a quien pararon en el aeropuerto porque no le creían que fuera el padre de su hija menor de edad, ya que ambos tenían distintos “apellidos”. Tuvieron que llamar al embajador para que solucionara el asunto.
Aparte de estos inconvenientes menores de la globalización, ella ha mejorado visiblemente la calidad de vida de millones de personas, no sólo por la inmigr
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ación, sino que también por cosas como las vistas recientemente con la ayuda internacional a las víctimas del terremoto en Chile, ayuda a la cual se ha tratado de no poner barreras (no creo que la ayuda de Lula haya pagado aranceles o impuesto a las donaciones). Esto hace tomar conciencia de la unidad de la humanidad.
Si la globalización no es más que este acercamiento que se produce entre los habitantes de una nación gracias a los avances en las telecomunicaciones y el transporte, parece curioso que la gente se asuste con la globalización y proteste en su contra. Al parecer hay gente que reclama porque asocia la globalización con el mantenimiento de desigualdades, pero eso es harina de otro costal, algo que puede suceder o no, ya sea con un sistema o con otro.
La globalización es un hacer que las fronteras desaparezcan, cuestión que no sólo debe suceder mediante avances tecnológicos, sino que a través de la eliminación de las fronteras artificiales, como pueden ser las barreras arancelarias o a la inmigración, de modo que el movimiento en el mundo se parezca cada día más a las realidades naci
onales. En efecto, si hoy en día viajar desde Brasil a Chile toma lo mismo que antes tardaba viajar de Viña a Santiago, por qué no luchar por derribar barreras entre ambas fronteras (a menos que ellas existan para proteger de la contaminación a ciertos productos). Lo contrario no sólo impide que las condiciones de vida entre las naciones sean más homogéneas, sino que sería similar a pedirle a un santiaguino que tenga que sacar visa para ir a Lihueimo.