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Me acordé de este cuento porque hace unos días un amigo me dijo que el “Manual de Carreño” estaba muerto. Quizá sea cierto que el manual está desactualizado, pero no la idea de fondo, es decir, que es necesaria la educación, que no es nada más que tratar de no hacerle la vida desagradable a los demás.
Así, por ejemplo, quizá en la época de Carreño no existían los buses, pero sí es posible aplicar en ellos el criterio de no molestar al otro.
Así, por ejemplo, en materia de ruidos, se debiera dejar el celular en silencio o con el vibrador (y tratar de no contestarlo), o no usar esos audífonos que hacen que el vecino también escuche el reguetón que a uno le gusta. Y si se está con amigos, no portarse como si el bus estuviera arrendado para paseo de curso.
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Con relación a los niños, hay que procurar que no pateen el asiento de adelante, o tratar de andar con ellos durante el día. Esto último también se aplica si uno es un roncador (o tratar de comprar en la farmacia un “Snore Stop”, o pegarse con maskin tape una pelota de tenis en la espalda, o no comer ni tomar nada varias horas antes de partir).
Respecto a los olores también hay cosas que se puede evitar, y no es sólo no ir al “número 2” al baño (y si “pasa”, prender un par de fósforos ), sino que no llevar de “colación” cosas como empanadas o charquicán, con el que se pasa todo el bus.
Por último, y algo que es típico: si después de un par de veces de iniciada una conversación con el vecino, éste no inicia ninguna, no hay que seguir conversándole (la cara de complacencia no es excusa, ya que pude ser que el vecino sea sólo sea un lector de Carreño).
Así, siguiendo criterios básicos, es posible adaptar el Manual a cualquier contexto. Con ello se evitará que Manuel Carreño tenga que volver a pasar por situaciones similares.