Como la base de los conocimientos y valores de una persona son aprendidos en su familia, por poco la escasa piedad y abundante apetito de mi padre hace que aprendiera este dicho en su versión de “familia que come unida permanece unida”.
La idea del titulo de este posteo no es mezclar la familia con la religión, sino que salir al paso de aquellos que lo hacen, de aquellos que, por ejemplo, durante la discusión sobre la ley de divorcio decían: “si los católicos no quieren divorciarse que no lo hagan”, o “si los católicos quieren un matrimonio indisoluble ya tienen el religioso”.
¿Tenía que ver el matrimonio religioso en la discusión sobre el matrimonio civil?
Chancho en misa. Al mezclar esos dos temas esa gente sólo nos recordaba que si se aprobaba la ley de divorcio sólo los “pechoños” tendrían la posibilidad de comprometerse de por vida en un matrimonio indisoluble. El Estado ya no sería garante de las promesas de amor eterno, por lo que habría que conformarse con tener de testigo a un cura. Eso que sucedió hace un par de años con el matrimonio también sucede con otras instituciones que afectan la familia. El Estado olvidó que el hogar es algo que puede llenar de satisfacciones y beneficios, pero que es algo difícil de mantener, tanto para moros como para cristianos, y por eso el Estado debe ayudar especialmente a los m
oros que no tienen más soporte que la ley. Si el Estado no promueve la familia, sucede lo que leemos hoy en el estudio de la Fundación Jaime Guzmán en El Mercurio, que indica que "La evidencia muestra que en los últimos 12 años las políticas públicas han contribuido al deterioro de la familia tradicional". Por eso, se debe apoyar y fomentar la familia con políticas públicas adecuadas. En materia legislativa lo mínimo sería volver a exigir que para divorciarse se requiera acuerdo de ambas partes o lo que se llama el “divorcio culpable”.
La idea es que no sea la familia que reza unida la única que permanezca unida.